REDENCIÓN
No hay nada como una buena historia de redención. Historias en las que vemos a un héroe caer y, contra todo pronóstico y posibilidades, levantarse de nuevo. Pero esas historias no sólo suceden en el cine. La vida real está llena de ellas. Brendan Fraser es el protagonista absoluto de su propia historia de superación en Hollywood con la cinta que le ha valido un Oscar: La Ballena.
La Ballena es una película dolorosa. Agobiante. Dura y muy cruda. Junto a su puesta en escena teatral y un formato de 4:3 trata la historia de Charlie (Fraser), una persona enferma con obesidad mórbida que trata de arreglarse con su pasado antes de que muera, algo que parece inevitable.
Sin embargo, la película dirigida por Darren Aronofsky -que es una auténtico fenómeno contando este tipo de historias como Requiem for a Dream, Cisne Negro o El Luchador, donde en ésta última rescató la carrera de otro ex símbolo de Hollywood, Mickey Rourke– va más allá. Además de presentarnos el típico drama de una persona con X condición explora lo que es la bondad de las personas.
Y es que parece que ha pasado por alto con esta película, pero la cinta va sobre no rendirse con las personas. Sobre ver el lado bueno de ellas y luchar porque esa versión sea la que se imponga al final del día, aunque uno no pueda hacer lo propio consigo mismo.
La Ballena trata sobre el dolor y la (des)esperanza al mismo tiempo.
*OJO SPOILERS*
BALLENAS Y CULEBRAS
Sin duda el gran protagonista de la cinta es Brendan Fraser. Sin él, la película se cae y su interpretación de un hombre con obesidad mórbida, atormentado por la decisión de separarse de su mujer y alejarse de su hija después de enamorarse de un alumno suyo es, simplemente, impresionante.
Esas miradas que expresan pena, dolor y furia. Esos gestos que te indican que su vida está perdida y que él lo acepta… esa necesidad que tiene de pedir perdón por todo -es un hombre con la autoestima por los suelos-. Brendan se merecía este Oscar y por mucho. Sublime.
Pero el corazón de la película también está en su hija. Si Charlie es la Ballena de esta historia, Ellie (Sadie Sink) es la Culebra. Una adolescente que es un desastre, que está a punto de repetir curso, fumadora de marihuana y que está perdida tras la falta paternal desde los 8 años y tras una madre que no es capaz de hacerse con ella.
Ellie es el motivo de la película. Es el motor realmente. Es el personaje que le da un significado a nuestro protagonista. Ellie es una chica que odia a todo el mundo, que está llena de rencor y todo por culpa de que su padre la abandonó y su madre no pudo llenar ese hueco. Sink lo hace increíble y la química que se genera entre ambos es un trabajo que trasciende las cámaras.
La relación de arrepentimiento y odio que se genera entre ellos es dura y a la vez cruel. Charlie ahorró todo el dinero que pudo -más de 100.000$– para su hija. Dinero que no quiere gastar en un hospital para salvar su propia vida. Su último deseo es volver a retomar la relación con su hija y, cuando la conoce y ve el desastre que es, es el ÚNICO que no se rinde con ella.
A pesar de las maldades que la chica hace, Charlie no da un paso atrás a la hora de mostrarle a todo el mundo lo maravillosa que es su hija y el talento que puede tener. Que ese caparazón y esa actitud de niñata malcriada que tiene, que esos actos de pura maldad que realiza no son más que consecuencia de lo que ha vivido, pero que ella no es realmente así.
Charlie -profesor de literatura- mantiene el ensayo que su hija le dio cuando era pequeña como oro en paño, como prueba de que Ellie, su hija, no es un caso perdido.
Charlie muere por sus propias decisiones, por la tragedia de su pareja, por la ruptura con su familia… pero, en sus últimos días, es capaz de salvar a su hija de un camino horrible haciendo lo que tuvo que haber hecho hacía mucho tiempo: afrontando la realidad.
«Quiero saber que al menos he hecho una cosa bien en mi vida».
BRAVO
En el mundo del body positive, de los modelos de Calvin Klein con obesidad, de la normalización de una enfermedad que es la causa de millones de muertes al año, esta película es una sacudida de cruda realidad.
La Ballena corría el peligro de convertirse en un panfleto, en un buen rollismo sobre que no importa tener obesidad mórbida -o delgadez extrema-, sobre aceptarse tal y como eres. No. Sí que importa estar obeso. Y no. No deberías aceptarte de esa manera.
Pienso que existe una crítica sutil pero muy acertada en esa dirección con el personaje de Liz (Hong Chau). Liz, enfermera, es la única amiga de Charlie y, a su vez, es la hermana de su ex pareja, un alumno de Charlie que se suicidó después de pasar por problemas mentales y una delgadez severa derivado de la religión o culto al que pertenece su familia.
Liz es humana. Quiere a Charlie y, aunque es la única que trata de convencerle para ir a un hospital, también es la que le está acompañando de la mano hacia la muerte. Le da comida cada vez que le ve, no es lo suficientemente dura como para decirle las cosas como son… al menos a tiempo.
La escena en la que se descubre que Charlie tiene el dinero suficiente para pagarse un seguro médico y que éste se lo ocultó a Liz durante tanto tiempo es demoledora. Es la prueba de fuego en su amistad, la mirada de Brendan en esa escena es sensacional. Liz quiere lo mejor para Charlie pero es incapaz de ponerse por encima de él.
Al final, simplemente, repite la misma historia que con su hermano.
ARANOFSKY
La Ballena no es la mejor cinta de Aronofsky, pero sí una gran película en su filmografía. Más de teatral que de costumbre y, sin embargo, de nuevo enfocada en sus personajes y actores principales. Me recuerda, salvando las distancias, a El Luchador, una película que nos presenta también a un hombre que ha tomado la vía de auto destruirse como última y única salida.
Aronofsky es capaz de hacer maravillas cogiendo a un actor y llevándolo al límite. Lo hizo con Jared Leto, Jennifer Connelly y Ellen Burstyn en Requiem por un Sueño, lo hizó con Natalie Portman en Cisne Negro, con Mickey Rourke en la comentada El Luchador y, ahora, lo hace con Brendan Fraser. Ese es el tipo de cine que tiene que hacer.
La Ballena tiene sus limitaciones, su trama religiosa es debatible y el personaje protagonizado por Ty Simpkins que la conduce es lo más endeble de la película. Aún así, es una joya.
Me quedo con el Oscar a Brendan Fraser y con una historia desgarradora sobre la obesidad. Quizá va a contracorriente en los tiempos que corren, pero es una cinta muy necesaria en occidente.